Señorita, yo no hice nada pe!, asegura el “dizque” dios de la abundancia cuando una mujer le reclama el haberse colado en la fila.
Billetes falsificados, celulares robados y artefactos electrónicos de la marca SUNNY cuelgan de su ropa.
“Solamente quiero comprar azúcar para el desayuno de mis wawas (hijos)”, afirma el fanático del ceviche y el pisco. Detrás suyo, un centenar de personas espera adquirir un poco del endulzante vendido por la Empresa de Apoyo a la Falta de Alimentos (Emafa).
El responsable del punto de venta le pide su cédula de identidad. De entre una baraja de identificaciones, el “falso” Ekeko saca aquella que registra como su nacionalidad la boliviana.
Con el saco de azúcar al hombro, el personaje recorre las calles paceñas como “Pedro por su casa”. En ello es interceptado por una cámara de televisión y una periodista. Era la incisiva y meticulosa Laura Trozo.
“¿A dónde lleva el azúcar?”, pregunta la reportera. “A una pollada (fiesta) pe. Es para preparar la chicha morada”, responde el gordinflón. Laura se traga el cuento y, con el auspicio de Santosa, le regala un carro salchichero para trasladar el producto subvencionado por el Estado Plurinacional.
A lo largo de una semana, el Ekeko utiliza el carrito para transportar otro tipo de mercadería: harina, arroz, aceite y cemento.
Compra los alimentos de Emafa, de los almacenes de abarrotes, de las tiendas de barrio, de los mercados, supermercados y hasta de los revendedores.
Tras abastecerse para el “crudo” invierno, el regordete se dirige a su cuartel general, un galpón ubicado en una zona de El Alto.
Allí se encuentra con algunos patas (amigos), quienes le colocan un cigarro en la boca y esparcen hojas de coca a su alrededor.
Así comienza una especie de ritual ancestral que permitirá que el diosecillo llegue con éxito a su destino final. Rociado con cerveza —Cristal o Cuzqueña por supuesto— el personaje popular (o más bien populachero) llena su carro salchichero con los alimentos básicos y lo último en televisores LCD y smart phones (teléfonos inteligentes). Además, se coloca en el cuerpo una faja muy peculiar. La misma lleva incorporada unas diez mamaderas. Sin duda, la tecnología de lo ilegal avanza a velocidad “luz”.
Entre el galpón y la población fronteriza de Desarmadero, el “falso” Ekeko halla sin problemas una veintena de surtidores de combustible que le abastecen de diésel y gasolina para llenar, no sólo sus mamaderas, sino bidones de diverso tamaño y hasta “botas” para llevar vino.
El carrito, sin placas y con las luces delanteras y traseras apagadas, pasa desapercibido por las diferentes trancas de control, donde los policías roncan a pierna suelta. Lo propio ocurre con las patrullas del COA (Cómplices sin Armas), que se pierden al seguir el rastro de migajas que el Ekeko dejó justamente con ese propósito.
Ya en Desarmadero, el pintoresco personaje cambia su carrito por un “tricitaxi”. En él cruza la frontera trasladando abundancia a manera de hormiga.
Es recibido en medio de fiesta. Su viveza es agasajada con cumbias y bailes “típicos” de su tierra natal como la Diablada “trucha”.
SÚPER luchito vive un romance
Billetes falsificados, celulares robados y artefactos electrónicos de la marca SUNNY cuelgan de su ropa.
“Solamente quiero comprar azúcar para el desayuno de mis wawas (hijos)”, afirma el fanático del ceviche y el pisco. Detrás suyo, un centenar de personas espera adquirir un poco del endulzante vendido por la Empresa de Apoyo a la Falta de Alimentos (Emafa).
El responsable del punto de venta le pide su cédula de identidad. De entre una baraja de identificaciones, el “falso” Ekeko saca aquella que registra como su nacionalidad la boliviana.
Con el saco de azúcar al hombro, el personaje recorre las calles paceñas como “Pedro por su casa”. En ello es interceptado por una cámara de televisión y una periodista. Era la incisiva y meticulosa Laura Trozo.
“¿A dónde lleva el azúcar?”, pregunta la reportera. “A una pollada (fiesta) pe. Es para preparar la chicha morada”, responde el gordinflón. Laura se traga el cuento y, con el auspicio de Santosa, le regala un carro salchichero para trasladar el producto subvencionado por el Estado Plurinacional.
A lo largo de una semana, el Ekeko utiliza el carrito para transportar otro tipo de mercadería: harina, arroz, aceite y cemento.
Compra los alimentos de Emafa, de los almacenes de abarrotes, de las tiendas de barrio, de los mercados, supermercados y hasta de los revendedores.
Tras abastecerse para el “crudo” invierno, el regordete se dirige a su cuartel general, un galpón ubicado en una zona de El Alto.
Allí se encuentra con algunos patas (amigos), quienes le colocan un cigarro en la boca y esparcen hojas de coca a su alrededor.
Así comienza una especie de ritual ancestral que permitirá que el diosecillo llegue con éxito a su destino final. Rociado con cerveza —Cristal o Cuzqueña por supuesto— el personaje popular (o más bien populachero) llena su carro salchichero con los alimentos básicos y lo último en televisores LCD y smart phones (teléfonos inteligentes). Además, se coloca en el cuerpo una faja muy peculiar. La misma lleva incorporada unas diez mamaderas. Sin duda, la tecnología de lo ilegal avanza a velocidad “luz”.
Entre el galpón y la población fronteriza de Desarmadero, el “falso” Ekeko halla sin problemas una veintena de surtidores de combustible que le abastecen de diésel y gasolina para llenar, no sólo sus mamaderas, sino bidones de diverso tamaño y hasta “botas” para llevar vino.
El carrito, sin placas y con las luces delanteras y traseras apagadas, pasa desapercibido por las diferentes trancas de control, donde los policías roncan a pierna suelta. Lo propio ocurre con las patrullas del COA (Cómplices sin Armas), que se pierden al seguir el rastro de migajas que el Ekeko dejó justamente con ese propósito.
Ya en Desarmadero, el pintoresco personaje cambia su carrito por un “tricitaxi”. En él cruza la frontera trasladando abundancia a manera de hormiga.
Es recibido en medio de fiesta. Su viveza es agasajada con cumbias y bailes “típicos” de su tierra natal como la Diablada “trucha”.
SÚPER luchito vive un romance
El paladín de la macroeconomía, más conocido como Súper Luchito, informó ayer que atraviesa el mejor momento de su vida. Atribuyó ello al tórrido romance que vive con Incautación Escarlata, la mujer a cargo de la lucha contra el contrabando. Ambos se conocieron en un Congreso del Cómic, el 2009.