En tardes de lluvia, el sonido lejano de un pinquillo en Tarabuco es señal de la presencia del Tata Pujllay. Espíritu oscuro, supay, demonio andino aparece en vísperas de carnaval montado en su caballo blanco y lleva consigo el arte de la música y el tejido. Del Tata Pujllay, los bailarines tarabuqueños emulan, desde hace siglos, el caballo y las espuelas “para que cuando bailen los pujllay tiemble la tierra”.
Apenas Juan Chambi acaba esa frase, tropas de gigantes en ojotas, guiadas por jinetes montados en caballos, hacen retumbar la plaza de Tarabuco. Con monteras y unkus, decenas de hombres morenos danzan huayños con las bocas verdes de coca. Son solitarios y silenciosos pero no tristes y entre ellos, sólo entre ellos, se ríen a menudo. “Estamos festejando por el pujllay y el ayarichi”, dice Chambi antes de unirse al grupo de Pisili, su comunidad.
La fiesta fue el domingo 19 de diciembre en el pueblo chuquisaqueño, a 60 kilómetros de Sucre. Los protagonistas, cientos de bailarines de las comunidades tarabuqueñas de Pisili, Paredón, Candelaria, Pampa Lupiara, San Jacinto, Q’arallantallo y Tomoroco. Las agasajadas, las danzas del pujllay y el ayarichi, en el lanzamiento de su postulación al título de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, que otorga la Unesco.
“La danza del pujllay hace un todo con la del ayarichi; por eso vamos a postular a ambos bailes como una unidad que se organiza en torno a un calendario agrícola”. Rosalía Martínez Cereceda —etnomusicóloga chilena, de raíces bolivianas y radicada en Francia— es parte del equipo de especialistas de Asur (Fundación Antropólogos del Surandino), y Care que trabaja en la carpeta de postulación para el título patrimonial, que en Bolivia ostenta el Carnaval de Oruro y la cultura Kallawaya.
Pero hay más argumentos que esgrimir ante la Unesco —incansable, Martínez se apasiona cuando habla de las expresiones propias de Tarabuco—. “Del pujllay y el ayarichi son inseparables la música, la danza y la vestimenta. Estos tres elementos arman un sistema cultural completo y de códigos complejos, que estamos estudiando con un equipo interdisciplinario”.
Danzas de humedad y sequía
A los 12 años, Juan Chambi fue aceptado en la tropa de pujllay de su natal pueblo de Pisili. “He bailado pujllay durante cinco años; es más ligero y alegre”. Después, siguiendo el rito establecido, se integró al grupo de ayarichi. “Cuatro años ya estoy bailando ayarichi y voy a seguir”, asegura este técnico en Desarrollo de 28 años, que cursó estudios superiores en Santa Cruz pero que en cuanto pudo volvió a Tarabuco.
El ojo poco entrenado puede confundir el pujllay y el ayarichi, especialmente por la similitud de los trajes; pero son danzas distintas. “Pujllay significa juego, baile o alegría en quechua. Por ello, coincide con el tiempo de lluvias, en el que la tierra empieza a dar sus frutos y se renueva. El ayarichi, en cambio, pertenece al tiempo seco”, explica Martínez Cereceda.
Ambos bailes obedecen al calendario agrícola. El pujllay se interpreta desde el mes de diciembre y llega a su punto cumbre en febrero, coincidiendo con el carnaval. “Es pues danza de alegría, que agradece a la Pacha y llama a la producción”, puntualiza Juan y se saca la montera de cuero para la pausa. “El ayarichi se baila desde marzo hasta octubre, depende de la comunidad”, explica.
Ambas expresiones son básicamente masculinas. Los danzarines brillan ataviados con monteras de cuero, unkus (o capas) tejidos; infaltables, las ojotas con espuelas. “Los textiles son importantísimos en los atuendos —puntualiza la etnomusicóloga Martínez—. Hemos visto que las coreografías responden a un sistema complejísimo que tiene que ver con los tejidos. Los pasos de la danza ayarichi crean simetrías similares a los diseños. La danza mantiene un eje y lo que hace una columna de bailarines, lo hace la otra. Así, los danzarines ejecutan lo que se llama simpay (trenza). Y con su recorrido van dibujando figuras extremadamente complejas y ése es un principio cognoscitivo que tiene mucho que ver con el arte de tejer”.
Y completando la trilogía de la danza y la vestimenta está la música. “A diferencia de la estética europea en la que prima la melodía, en la música del pujllay y el ayarichi lo que prima es la textura heterogénea de los instrumentos de viento. La flauta del ayarichi, por ejemplo, crea un sonido grave y uno agudo, al mismo tiempo”, dice la experta chilena.
“Hay huayños alegres y tristes tanto en el pujllay como en el ayarichi. Uno es más alegre pero el otro tampoco es triste”. Chambi explica así lo inexplicable con palabras. “Hay que sentir la música”.
Los recios guerreros
La Villa de Tarabuco fue fundada por orden del virrey Francisco Toledo el 29 de junio de 1578 en las faldas del cerro Kjara Kjara, en los valles de lo que es hoy Chuquisaca. Sin embargo, su historia se remonta al menos 300 años atrás, cuando floreció el reino Yampara. Por su espíritu militar, los yamparas en tiempos del incario conformaron el ejército que protegió al imperio de los ataques chiriguanos.
Apenas Juan Chambi acaba esa frase, tropas de gigantes en ojotas, guiadas por jinetes montados en caballos, hacen retumbar la plaza de Tarabuco. Con monteras y unkus, decenas de hombres morenos danzan huayños con las bocas verdes de coca. Son solitarios y silenciosos pero no tristes y entre ellos, sólo entre ellos, se ríen a menudo. “Estamos festejando por el pujllay y el ayarichi”, dice Chambi antes de unirse al grupo de Pisili, su comunidad.
La fiesta fue el domingo 19 de diciembre en el pueblo chuquisaqueño, a 60 kilómetros de Sucre. Los protagonistas, cientos de bailarines de las comunidades tarabuqueñas de Pisili, Paredón, Candelaria, Pampa Lupiara, San Jacinto, Q’arallantallo y Tomoroco. Las agasajadas, las danzas del pujllay y el ayarichi, en el lanzamiento de su postulación al título de Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, que otorga la Unesco.
“La danza del pujllay hace un todo con la del ayarichi; por eso vamos a postular a ambos bailes como una unidad que se organiza en torno a un calendario agrícola”. Rosalía Martínez Cereceda —etnomusicóloga chilena, de raíces bolivianas y radicada en Francia— es parte del equipo de especialistas de Asur (Fundación Antropólogos del Surandino), y Care que trabaja en la carpeta de postulación para el título patrimonial, que en Bolivia ostenta el Carnaval de Oruro y la cultura Kallawaya.
Pero hay más argumentos que esgrimir ante la Unesco —incansable, Martínez se apasiona cuando habla de las expresiones propias de Tarabuco—. “Del pujllay y el ayarichi son inseparables la música, la danza y la vestimenta. Estos tres elementos arman un sistema cultural completo y de códigos complejos, que estamos estudiando con un equipo interdisciplinario”.
Danzas de humedad y sequía
A los 12 años, Juan Chambi fue aceptado en la tropa de pujllay de su natal pueblo de Pisili. “He bailado pujllay durante cinco años; es más ligero y alegre”. Después, siguiendo el rito establecido, se integró al grupo de ayarichi. “Cuatro años ya estoy bailando ayarichi y voy a seguir”, asegura este técnico en Desarrollo de 28 años, que cursó estudios superiores en Santa Cruz pero que en cuanto pudo volvió a Tarabuco.
El ojo poco entrenado puede confundir el pujllay y el ayarichi, especialmente por la similitud de los trajes; pero son danzas distintas. “Pujllay significa juego, baile o alegría en quechua. Por ello, coincide con el tiempo de lluvias, en el que la tierra empieza a dar sus frutos y se renueva. El ayarichi, en cambio, pertenece al tiempo seco”, explica Martínez Cereceda.
Ambos bailes obedecen al calendario agrícola. El pujllay se interpreta desde el mes de diciembre y llega a su punto cumbre en febrero, coincidiendo con el carnaval. “Es pues danza de alegría, que agradece a la Pacha y llama a la producción”, puntualiza Juan y se saca la montera de cuero para la pausa. “El ayarichi se baila desde marzo hasta octubre, depende de la comunidad”, explica.
Ambas expresiones son básicamente masculinas. Los danzarines brillan ataviados con monteras de cuero, unkus (o capas) tejidos; infaltables, las ojotas con espuelas. “Los textiles son importantísimos en los atuendos —puntualiza la etnomusicóloga Martínez—. Hemos visto que las coreografías responden a un sistema complejísimo que tiene que ver con los tejidos. Los pasos de la danza ayarichi crean simetrías similares a los diseños. La danza mantiene un eje y lo que hace una columna de bailarines, lo hace la otra. Así, los danzarines ejecutan lo que se llama simpay (trenza). Y con su recorrido van dibujando figuras extremadamente complejas y ése es un principio cognoscitivo que tiene mucho que ver con el arte de tejer”.
Y completando la trilogía de la danza y la vestimenta está la música. “A diferencia de la estética europea en la que prima la melodía, en la música del pujllay y el ayarichi lo que prima es la textura heterogénea de los instrumentos de viento. La flauta del ayarichi, por ejemplo, crea un sonido grave y uno agudo, al mismo tiempo”, dice la experta chilena.
“Hay huayños alegres y tristes tanto en el pujllay como en el ayarichi. Uno es más alegre pero el otro tampoco es triste”. Chambi explica así lo inexplicable con palabras. “Hay que sentir la música”.
Los recios guerreros
La Villa de Tarabuco fue fundada por orden del virrey Francisco Toledo el 29 de junio de 1578 en las faldas del cerro Kjara Kjara, en los valles de lo que es hoy Chuquisaca. Sin embargo, su historia se remonta al menos 300 años atrás, cuando floreció el reino Yampara. Por su espíritu militar, los yamparas en tiempos del incario conformaron el ejército que protegió al imperio de los ataques chiriguanos.
Del pasado colonial de Tarabuco, hoy apenas quedan pocas casas y algunas calles empedradas. “A todo meten cemento y construyen nomás con puro ladrillo”, lamenta Simón López, quien nació en este pueblo hace 72 años y fue uno de los primeros en abrir una tienda de artesanías. “Los tejidos tarabuqueños son famosos; también las monteras; pero ya no se venden como antes”, comenta y las razones saltan a la vista. Cada domingo, decenas de comerciantes ofrecen textiles, ponchos, monteras y hasta ojotas en la plaza. En esta feria es cuestión de negociar, un buen regateador puede pagar la mitad del precio ofertado por cualquier prenda.
“Lo más importante de Tarabuco es su cultura, por eso este pueblo es famoso”, dice don Simón mientras aplaude el paso de las tropas comunitarias de pujllay y ayarichi que ese 19 de diciembre colmaron las calles tarabuqueñas.
Enormes en sus ojotas, los danzarines parecen guerreros de una batalla antigua. “Son los descendientes de los vencedores de Jumbate”. López, como la mayoría de sus paisanos, no conoce bien los referentes agrícolas del pujllay pero sí reivindica la historia republicana de la danza.
El 12 de marzo de 1816, en plena guerra de la Independencia, recios combatientes indígenas vencieron a las tropas realistas españolas en la batalla de Jumbate. “Este hecho aparece apenas citado en la historia oficial; la mayor fuente de información sigue siendo la tradición oral”, explica el antropólogo Milton Eyzaguirre.
“Dice que eran pocos pero gigantes, guerreros enormes —López repite lo que escuchó desde niño de su abuela—. “Los tarabuqueños vencieron disfrazando los árboles de payares con ponchos; entonces los españoles creyeron que eran más, gastaron sus municiones y al final se rindieron”. De los héroes de aquella hazaña estratégica aún quedan descendientes en Tarabuco. “Aquí hay harto Calisaya, Carrillo, Miranda y Pacori, ellos habían sido los que han ideado todo”, añade.
Aquí todas las historias convergen para crear un mosaico donde se intercalan y sobreponen culturas: A los milenarios orígenes agrícolas de las danzas del pujllay y del ayarichi se suma la figura del Tata Pujllay, que revive el mito del origen demoniaco de la música. En este supay se reconocen los guerreros tarabuqueños que vencieron en Jumbate.
“Es un hecho que la mayoría de las expresiones culturales precolombinas han sido influenciadas por la Colonia y, después, por la República. Claro ejemplo de ello son los bailes del pujllay y el ayarichi; esa es otra de sus riquezas”, puntualiza la etnomusicóloga Rosalía Martínez.
De Tarabuco al mundo
En Tarabuco ha comenzado el acto central del lanzamiento de las danzas al título patrimonial. En el escenario, el gobernador de Chuquisaca, Esteban Urquizo, discursa en castellano y quechua: “Sí, la cultura tiene dueños y la Unesco tiene que reconocer a los bailes de Tarabuco”, dice entre aplausos.
Concentrados, los danzarines se esfuerzan por dejar en alto el nombre de sus comunidades. Los de Pisili sorprenden con una ayarichi encabezado por dos enormes jóvenes que cargan el cuerpo de una cabra. Esa presentación le vale al pueblo el premio ofrecido: será allí donde se filme el documental oficial de la postulación.
“Vamos a hacer lo que sea necesario para obtener el título, pero son decisiones que a veces obedecen a otro tipo de criterios. Lo que sí es importante es que aunque no lo tengamos este año, ya es una victoria el presentar las danzas tarabuqueñas; van a ser conocidas internacionalmente y tanto el Estado como las comunidades van a comprometerse a preservarlas”, enfatiza David Aruquipa, de Care Bolivia.
“Antes ha habido marginación, desvalorización de nuestra cultura; pero felizmente nuestros abuelos se han preocupado por cuidar nuestros bailes; por eso nos llega este sentimiento de no perderlos”. Juan Chambi brinda en quechua con sus compañeros por el triunfo de su comunidad y advierte: “Vamos a ganar el título de la Unesco, porque los yamparas somos dueños del pujllay y ayarichi. Nosotros sabemos, pero el mundo tiene que saber”.
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