El pasado 18 de junio, se realizó en la ciudad de La Paz la entrada del Gran Poder, denominada la Fiesta Mayor de los Andes; una celebración colectiva que es también una especie de síntesis de la sociedad, y por lo mismo, muy dinámica y contradictoria. Esta cualidad permite que se la lea desde distintas vertientes, como lo social, político, cultural, económico y simbólico espiritual.
La fiesta en sus inicios fue de los vecinos aymaras urbanos de Ch’ijini; pero hoy, su gran crecimiento ha generado una paulatina incorporación y participación de otros sectores sociales, como en el caso de la clase media mestiza en sus distintos estratos, los quechuas y sectores populares de otros departamentos.
En gran medida, las actuales danzas urbanas son sátiras originadas en la Colonia; por ejemplo, la waka waka es una burla de las corridas de toro españolas; el doctorcito es un sarcasmo de los abogados coloniales y republicanos; también está la morenada, una danza rememorativa colonial del difícil viaje de los esclavos negros hacia el Cerro Rico de Potosí.
No obstante, en los últimos años, esta danza apostó por el espectáculo, alejándose del sentido central de reminiscencia de los esclavos negros; apuesta que, sin embargo, le ha deparado una gran atención. E inevitablemente uno se pregunta, ¿qué es lo que determina que una danza como la morenada sea tan bailada, con comparsas que superan los 2.000 integrantes? Algún estudioso dirá: la apuesta por nuestra identidad; pero, de ser esto cierto, tendrían que tener mucho más éxito las danzas autóctonas andinas; cosa que no sucede.
En realidad, este fenómeno se explica porque la fiesta andina del Gran Poder pierde cada vez más su visión colectiva y apuesta por el espectáculo y el show, mostrando la ostentación económica de pocos sectores sociales. Y en este sentido, la tendencia hegemónica de la morenada está yendo en desmedro de otras danzas. ¿No sería bueno apostar por el fortalecimiento de las danzas ancestrales, que no buscan el show ni el espectáculo?
Desde La Paz, es difícil no pensar en el país y esto supone incorporar danzas de otras regiones y pueblos del país, como del oriente y la Amazonía, prácticamente ausentes en esta entrada; aunque a veces se observan excepciones como el grupo de comadres de Tarija que participó en la entrada este año.
Por otra parte, resulta interesante que artistas folklóricos de instrumentos de cuerdas y vientos se hayan unido a las fraternidades, con nuevas melodías compuestas especialmente para esta fiesta, y cantadas sobre todo por las mujeres. Aunque esta dinámica se presenta sólo en las morenadas y no así en las otras danzas.
Entre los aspectos negativos cabe mencionar el uso excesivo de petardos que generan contaminación acústica, práctica que debiera ser controlada tal como sucede con la comercialización de plumas y pieles de animales silvestres. Asimismo, se tendría que apostar por erradicar el auspicio de empresas de bebidas alcohólicas, interesadas, sobre todo, en la ganancia que les reporta este tipo de eventos. No se puede seguir pensando que “la cerveza es parte de la cultura del Gran Poder”. El trágico fallecimiento de una señora después de bailar caporales, ocasionado por el exceso de consumo de alcohol, tiene que llamarnos la atención.
Finalmente, ¿será conveniente que la misma asociación de conjuntos folklóricos del Gran Poder fomente nuevas danzas o fortalezca aquellas que no estén de moda, como los inka, los waka waka, en fin? Me resisto a que una fiesta andina se vuelva monótona, con la preeminencia de una sola danza, tal y como se intenta hacer con la morenada.
Llegar a ese extremo sería como imitar el carnaval de Río de Janeiro, donde sólo existe la zamba. Es preciso apostar por la verdadera diversidad cultural.
Esteban Ticona, aymara boliviano
Esteban Ticona, aymara boliviano
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