Con una muy agradable sorpresa nos encontramos los bolivianos ayer, viernes en la mañana. Es que pese a que la noche anterior se celebró la muy tradicional fiesta de San Juan, el aire de todo el país estaba limpio. Casi tan limpio como los días que siguen a todos los feriados, cuando gracias a la suspensión de las actividades disminuye la circulación de vehículos y, por consiguiente, disminuye también la contaminación.
Es tan evidente la diferencia que no hizo falta esperar los informes que todos los años solían llegar como un reproche a nuestra conciencia colectiva sobre las funestas consecuencias de nuestras costumbres sanjuaneras. Bastó ver ayer un cielo relativamente claro, totalmente diferente al temible gris oscuro de años anteriores, para sentir la satisfacción que da pertenecer a una comunidad capaz de cambiar sus hábitos, incluso los más arraigados, cuando el buen criterio así lo aconseja.
Tan encomiable cambio de actitud colectiva no fue resultado de un endurecimiento de las normas vigentes ni de una más eficaz labor represiva de los organismos policiales. Fue, simple y llanamente, consecuencia directa de una especie de análisis de conciencia hecho simultáneamente por toda una sociedad. Campañas educativas, manifestaciones convocadas con el expreso propósito de concienciar a la gente y la evidencia de lo absurdo que sería seguir envenenando nuestro aire en nombre de una tradición, fueron los factores que al sumarse hicieron posible un efecto multiplicador.
La importancia de la experiencia es doble pues además del obvio efecto positivo sobre nuestro ambiente da una muy esperanzadora señal sobre la posibilidad real de modificar hábitos y conductas colectivas sin que haga falta recurrir a medidas coercitivas sino apelando a la racionalidad. Información, educación, análisis y reflexión, junto con autoridad democrática, son los elementos que en este caso entraron en juego y de lo demás se encargó la presión social a través de una tácita censura contra quienes se empeñaban en preservar una costumbre incompatible con la calidad de vida en una urbe ya grande como la nuestra.
Obviamente también ha contribuido la labor disuasiva de autoridades que con más seriedad que en años anteriores se empeñaron en hacer cumplir normas y prohibiciones. Pero, si algún papel tuvo la represión y el castigo, fue sin duda muy secundario lo que confirma, una vez más, que se equivocan quienes insisten en buscar en la rigidez de las normas y el rigor de los sanciones la solución a problemas como el que comentamos.
Bueno sería por eso que tan plausible experiencia se sea emulada para afrontar otros problemas que afectan a nuestra sociedad y que también tienen en malos hábitos colectivos su principal causa. El caos vehicular, la contaminación acústica, el consumo desmedido de bebidas alcohólicas, entre muchos otros, son algunos ejemplos de problemas que bien podrían ser resueltos o por lo menos severamente disminuidos a través un esfuerzo común. No es difícil imaginar cuánto mejoraría la calidad de vida de quienes vivimos en esta ciudad si lográramos reproducir experiencias tan exitosas como la de la noche de San Juan
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