“Fruto de amores fugaces y culpables de aquellos que nacen al ritmo febril de los danzones y al amparo del incógnito, el pepino es depositado una noche cualquiera en los umbrales de la ciudad, envuelto en los pañales humildes de su disfraz. Sólo tiene como nombre pepino, carece de apellido. No hay mensaje que lo recomiende a la piedad ... ”, reza una de las frases del libro Imagínate La Paz, de Gonzalo Simbrón.
Y es que pepino se nace y también se hereda, así lo saben los miembros fundadores de la Fraternidad “Morenos Kollas”, quienes guardan en sus filas varias generaciones de estos alegres personajes, y que en el transcurso de los años han ganado los primeros premios del carnaval paceño.
El pepino
Los miembros de esta fraternidad recuerdan que en décadas anteriores muy poco se sabía y mucho se especulaba sobre el origen del pepino.
Sin embargo, algo que siempre tuvieron presente es la íntima relación del personaje con el kusillo, ser de origen espiritual y juguetón que aparece en la época de siembra.
Posteriormente, varios autores hicieron referencia a su aparición, relacionándolo también con el arlequín.
Según un artículo de Martha Otazú, colaboradora del Servicio Informativo del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB) sobre el proyecto La fiesta popular, alrededor de 1870 se estrenó en La Paz la ópera sobre el drama de “Pierrot”, ejecutada por los batallones de música en distintas ocasiones, entre ellas el propio carnaval. “Más tarde, este triste habitante de las fiestas se convierte en el alegre, aunque solitario, pepino”, escribió Otazú.
Chorizo, perfume y máscaras
A inicios de la década de 1980 la Sociedad Mutual y de Beneficencia Morenos Kollas, que tiene alrededor de 60 años y baila cada 8 de diciembre en la localidad de Chijipata, en Laja, decidió participar del carnaval paceño con el personaje del pepino y el kusillo -este último dejó de ser representado por ellos hace algún tiempo-. Poco después, los colores amarillo y blanco se convirtieron en parte de sus trajes, identidad y alegría.
El traje con encajes y detalles tenía que lucir impecable días antes al igual que las zapatillas blancas y las caretas forrados con el material del sombrero Borsalino, que en la actualidad fue reemplazado con otro material de oveja.
Armados del “chorizo” lleno de medias, algodones, entre otros -entonces no se usaba “matasuegra”- además de chisguetes cargados con perfume, rescataron las tradiciones que conocieron de sus padres y abuelos, que también fueron pepinos durante gran parte del siglo XX.
Con sus bolsas llenas de mixtura, serpentina y monedas, participaban en la Entrada del Carnaval luciendo sus máscaras de tres cuernos, hechas en el taller del reconocido, ya fallecido, caretero Antonio Viscarra.
Wilfredo Beltrán cuenta que recorrían las calles bailando y gritando “¡chorizo, pepino'!” y lanzaban monedas de 10 y 20 centavos, momento que era aprovechado por estos personajes para propinar “una buena azotada” a niños y jóvenes.
“Hasta que alcance la fuerza”
Los pepinos Kollas más antiguos superaron los 60 años. Mientras unos pasaron la batuta -o más bien la “matasuegra”- a hijos y nietos, otros continúan participando de la pepinada. “Se es pepino toda la vida y hasta que nos alcance la fuerza seguiremos participando”, dice Hortensia de Sosa.
Esta pepina comenta que, terminado el recorrido, las madrinas recibían a los pepinos en una casa con puchero y humintas, tradición que algunos mantienen. El Domingo de Tentación se solía hacer un día de campo y comer chairo y plato paceño.
Claro que ahora su baile y pasos en la Entrada son un poco más lentos. “Los años no pasan en vano”, dicen como muchos de sus edad, pero las ganas y el espíritu sí son los de un pepino veinteañero que quiere divertirse y hacer bromas a todo aquel que tenga la osadía de cruzarse en su camino, mientras lanza mixtura y habla con una voz aguda.
Paulina Saavedra, otra pepina Kolla, recuerda que antes bailaban tres días: domingo, lunes y el martes de ch’alla, aunque este último sin disfraz y en sus domicilios.
Después de tanto baile, al igual que cada año, el carnaval llega inevitablemente a su fin.
El espíritu que unió a estos pepinos Kollas durante casi tres décadas se despide siempre cantando “somos morenos, morenos Kollas siempre imitados nunca igualados. Bailamos siempre la morenada en Chijipata pueblo de Laja, bailamos siempre la morenada en Chijipata pueblo de Laja'”.
Mientras las calles y la vida regresan a la cotidianidad, el pepino se esconde dentro de cada fraterno hasta que llegue el siguiente carnaval y emerja nuevamente para hacer de la suyas sin importar la edad que tenga.
“Quiero que me entierren con mi traje de pepino”
Humberto Viscarra es uno de los miembros más antiguos de la fraternidad Morenos Kollas. Es uno de los pepinos más alegres y traviesos que se haya visto en este grupo. Hoy la artrosis lo ha obligado a jubilarse del oficio de pepino.
Ha colgado el traje y la máscara y eso aún lo entristece. Para él, un pepino debe seguir bailando en el carnaval hasta que los pies no aguanten y mientras dice eso los ojos se le humedecen un poco.
“Cuánto no quisiera seguir bailando, muchos de nuestros socios han fallecido, pero hay que ser pepino hasta el final. Ya he pedido expresamente que me entierren con mi disfraz de pepino para que siga bailando en el cielo, ahí me reuniré con los otros y armaremos una comparsa, esperemos que sea en el cielo y no en el horno”, dice bromeando.
El “chorizo”, que existió antes de la “matasuegra”, fue cambiado por un bastón, pero la memoria de los bailes y las travesuras reviven cada vez que se pone a recordar.
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