El origen de los festejos para despedir el año y recibir el que viene datan de la Roma clásica.
Desde los inicios del Imperio Romano, enero estaba dedicado al dios bifronte Janus, que mira delante y detrás: al año que se va y al principio del que viene, por eso le representaban con dos rostros, uno barbudo y viejo y el otro jovencito.
Los romanos invitaban a comer a los amigos y se intercambiaban miel con dátiles e higos para que pasase el sabor de las cosas y que el año que empezase fuese dulce. Esta vieja costumbre romana fue poco a poco entrando en Europa, donde con la misma finalidad venturosa comenzaron a ofrecerse lentejas, de las que se dice que propician la prosperidad económica del año que empieza.
La noche de San Silvestre
En la Edad Media la Iglesia trató de oponerse a las viejas costumbres, pero no consiguió extirpar la atmósfera disipada de la noche de San Silvestre, que se mantuvo como la última isla pagana de las 12 noches navideñas (las comprendidas entre la Navidad y la Epifanía), que la Iglesia consideraba como periodo de renovación para mejorar el año venidero.
De este modo, la cena de Nochevieja, el 31 de diciembre, empezó a convertirse en una festividad de moda desde principios del siglo XX.
A diferencia de la cena de Nochebuena, se trata de un rito de carácter público que se celebra entre amigos, en casa de alguno de ellos o en algún establecimiento hostelero.
En España, la tradición de despedir con uvas el año parece ser que data de 1909. Para el historiador y folklorista Adalberto García Herrero “la asociación directa entre las uvas y la prosperidad se remonta a la presencia romana en la península. Los romanos apreciaban la generosidad de la tierra de la vieja Hispania y a ella le rendían homenaje disfrutando del producto más precioso de las vides imperiales”.
García Herrero cuenta que la mayor parte de países occidentales mantiene como “una tradición inquebrantable” el consumo de carne de pavo y pollo para la noche de fin de año. Otros consideran, en cambio, que la carne de cerdo tiene una connotación especial ligada a la buena suerte y la prosperidad, según Radio Nacional de España.
“En la cultura mediterránea el pescado y los mariscos no pueden faltar en una mesa de Año Nuevo. Estos pueblos que viven de cara al mar se lo deben todo a los dioses que emergen de las aguas cargados de buenos augurios para el año que entra. La pureza del espíritu está en el mar”.
Desde los inicios del Imperio Romano, enero estaba dedicado al dios bifronte Janus, que mira delante y detrás: al año que se va y al principio del que viene, por eso le representaban con dos rostros, uno barbudo y viejo y el otro jovencito.
Los romanos invitaban a comer a los amigos y se intercambiaban miel con dátiles e higos para que pasase el sabor de las cosas y que el año que empezase fuese dulce. Esta vieja costumbre romana fue poco a poco entrando en Europa, donde con la misma finalidad venturosa comenzaron a ofrecerse lentejas, de las que se dice que propician la prosperidad económica del año que empieza.
La noche de San Silvestre
En la Edad Media la Iglesia trató de oponerse a las viejas costumbres, pero no consiguió extirpar la atmósfera disipada de la noche de San Silvestre, que se mantuvo como la última isla pagana de las 12 noches navideñas (las comprendidas entre la Navidad y la Epifanía), que la Iglesia consideraba como periodo de renovación para mejorar el año venidero.
De este modo, la cena de Nochevieja, el 31 de diciembre, empezó a convertirse en una festividad de moda desde principios del siglo XX.
A diferencia de la cena de Nochebuena, se trata de un rito de carácter público que se celebra entre amigos, en casa de alguno de ellos o en algún establecimiento hostelero.
En España, la tradición de despedir con uvas el año parece ser que data de 1909. Para el historiador y folklorista Adalberto García Herrero “la asociación directa entre las uvas y la prosperidad se remonta a la presencia romana en la península. Los romanos apreciaban la generosidad de la tierra de la vieja Hispania y a ella le rendían homenaje disfrutando del producto más precioso de las vides imperiales”.
García Herrero cuenta que la mayor parte de países occidentales mantiene como “una tradición inquebrantable” el consumo de carne de pavo y pollo para la noche de fin de año. Otros consideran, en cambio, que la carne de cerdo tiene una connotación especial ligada a la buena suerte y la prosperidad, según Radio Nacional de España.
“En la cultura mediterránea el pescado y los mariscos no pueden faltar en una mesa de Año Nuevo. Estos pueblos que viven de cara al mar se lo deben todo a los dioses que emergen de las aguas cargados de buenos augurios para el año que entra. La pureza del espíritu está en el mar”.
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