Las coloridas y desafiantes máscaras de la diablada –la danza reina del carnaval de Oruro y presente en todas las fiestas folklóricas del país– comenzaron a ser fabricadas hacia los años 30 en el pueblo de Paria (Oruro), aunque al principio sólo representaban a los ancianos (achachis) de la comunidad. Los mineros solicitaron luego máscaras para representar al tío de la mina (deidad del subsuelo) y con el tiempo se incluyeron elementos del mito de Wari en la misma careta.
Según datos recogidos por Ricardo López García en su libro Máscaras y Danzas de los Ayllus de Oruro (CEPA, 2007), las primeras máscaras eran de yeso y se hacían para la gente de Paria. “Tales máscaras, denominadas en aymara y quechua kasku, eran pequeñas y representaban a viejos rubios y calvos (mach’us, achachis). De acuerdo a la tradición oral se representaba a los viejos de la comunidad que pronosticaban el tiempo, ellos a través de la actuación decían a la gente cuándo se debía sembrar”.
Las máscaras fueron tomando forma para simbolizar luego a diferentes personajes de otras danzas, como el oso, el cóndor, etcétera.
Pero más allá de las actividades campesinas, para hablar de la diablada es necesario remitirse a los mitos nacidos y reproducidos en el ámbito del trabajo minero. “Don Mario Molina (hacedor de máscaras) dice que la danza de la diablada se creó en San José. Allí a uno de los mineros se le había ocurrido imitar la cara del demonio. Cuenta además que ‘en el día en el que se hace brindis a la Pachamama (ch’allaku) los mineros se visitaban entre grupos de los diferentes parajes, bailando con quenas y charangos, ahí surgió la danza y su coreografía (…)”, dice el libro de López.
Los mineros imitaban la imagen del tío de la mina a quien incluso ahora entregan ofrendas antes de extraer el mineral.
A medida avanzó el tiempo, las máscaras de la diablada incorporaron el mito de la deidad Wari. Según este mito, “Wari mandó plagas: un lagarto, víbora, hormigas y sapo a los urus (primeros pobladores de la actual Oruro). Luego había aparecido una princesa incaica (ñusta) o la milagrosa Virgen del Socavón, pues Wari que era muy malo, amenazaba con exterminar a todos los habitantes”. La ñusta tuvo tal fortaleza que logró la expulsión de las plagas, y el pueblo comenzó a venerarla.
Las máscaras actuales de la danza de la diablada tienen incrustadas la víbora o el lagarto, el sapo o las hormigas, en afán amenazador. Además del diablo, posteriormente apareció toda una jerarquía de demonios menores como Lucifer, Satanás y la China Supay (diabla mujer). La danza representa la lucha entre el bien y el mal, por eso cada uno de los siete pecados capitales (personificado por un diablo) también tiene su propia característica. El resto de diablos de una comparsa son una especie de soldadesca seguidora del diablo jefe, y sus máscaras son casi similares entre sí.
La religiosidad católica puede verse en este baile, que representa la antigua lectura de los autos sacramentales. Desde la década de los años 30, los mascareros han innovado en sus creaciones a partir inclusive de las películas de terror.
Contacto
Para contactar con el compilador del libro Máscaras y Danzas de los Ayllus de Oruro, Ulpian Ricardo López García, es posible contactarse a ulpianricardo@gmail.com.
Bien, buena síntesis.
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