Silenciosos en su cotidiana faena, cada diciembre los restauradores de imágenes se convierten en protagonistas de la Navidad, pues sus manos remozan tesoros familiares que trascienden generaciones.
Ese es el caso de Roberto Ramos Quiroga, quien en casi 50 años como restaurador recibió todo tipo de piezas quebradas, desde el Niño Jesús hasta imágenes de santos, que después de su intervención quedaron “como si nunca hubiera pasado nada”.
Ramos estudió en la Facultad de Bellas Artes, donde aprendió las técnicas de restauración con un profesor español. Fue tal su pasión por esta rama artesanal que desde entonces hasta ahora, que tiene 65 años, no dejó de trabajar en este rubro.
Edwin Sánchez Mansilla, en cambio, decidió por este oficio hace más de 30 años, casi como una herencia de su abuelo y de su madre, Hilda Mansilla, con quienes crearon el taller Cuestión de fe.
Aunque su formación fue empírica, el talento y la práctica diaria hicieron que jamás le falten clientes. Actualmente trabaja con su hermano Óscar Villalobos Mansilla, curando imágenes y también haciendo, a pedido de algunos templos, imágenes de santos a escalas mayores.
Facetas de restaurador
A fin de año es cuando más trabajo hay, pero los restauradores coinciden en que el tiempo siempre es una limitante que les impide cumplir con sus clientes.
Ramos prefiere aceptar sólo 80 piezas en la época navideña, mientras que Sánchez recibe un máximo de 200 hasta el 10 de diciembre.
Sin importar el tamaño ni el material del Niño, el objetivo de todo restaurador es hacer réplicas exactas de las partes dañadas sin dejar evidencia alguna. He ahí su arte singular.
Pueden ser de cera, de yeso, de maguey, de cerámica o de porcelana. No hay imposibles para estos artesanos. Lo importante es tener las herramientas necesarias y sobre todo mucha paciencia en el proceso, apunta Sánchez.
Cada quien tiene su método de trabajo, pero generalmente restauran las piezas entre tres y cuatro días, según la dificultad del pedido. Ambos restauradores coinciden en que los niños de cera son los más difíciles de reparar, porque se derriten con el contacto de la mano y además demandan precisión en el tallado.
“Tenemos que fijarnos cada detalle del Niño; hacer sus uñas, conseguir el tono exacto de su piel y tallar hasta que tenga un tamaño proporcional”, apunta Ramos, quien ahora trabaja en su taller con una de sus hijas.
Los precios varían -según el deterioro, el tamaño y el material- desde 20 hasta más de 100 bolivianos. Y aunque muchas veces es más barato comprar una pieza nueva, algunos clientes prefieren pagar más por conservar su “reliquia familiar”.
Los restauradores afirman que el mayor valor de los niños es sentimental y por eso la gente recurre a ellos, especialmente si se trata de piezas antiguas; aunque también hay personas que no los recogen sino hasta después de varios meses e incluso años.
Curadores de antaño
“Antes hacíamos más trabajos, porque nos pedían que restauremos hasta las pelucas de los niños y, aunque les costaba más, no escatimaban el precio”, recuerda Ramos.
En su opinión, antes las familias daban mayor importancia a esta fiesta y armaban su pesebre con todas las piezas impecables, cosa que no sucede en la actualidad.
Restauradores de esas generaciones quedan cada vez menos. Sánchez enumera con una sola mano a aquellos que se destacaron por su trabajo en La Paz y luego afirma: “Ya no quedan muchos”.
Sin embargo, un aliciente en esta profesión es saber que el conocimiento y la técnica se transmiten por generaciones, dejando un legado intangible para que esta silenciosa labor permanezca vigente por muchas navidades más.
Sobre los talleres
Ese es el caso de Roberto Ramos Quiroga, quien en casi 50 años como restaurador recibió todo tipo de piezas quebradas, desde el Niño Jesús hasta imágenes de santos, que después de su intervención quedaron “como si nunca hubiera pasado nada”.
Ramos estudió en la Facultad de Bellas Artes, donde aprendió las técnicas de restauración con un profesor español. Fue tal su pasión por esta rama artesanal que desde entonces hasta ahora, que tiene 65 años, no dejó de trabajar en este rubro.
Edwin Sánchez Mansilla, en cambio, decidió por este oficio hace más de 30 años, casi como una herencia de su abuelo y de su madre, Hilda Mansilla, con quienes crearon el taller Cuestión de fe.
Aunque su formación fue empírica, el talento y la práctica diaria hicieron que jamás le falten clientes. Actualmente trabaja con su hermano Óscar Villalobos Mansilla, curando imágenes y también haciendo, a pedido de algunos templos, imágenes de santos a escalas mayores.
Facetas de restaurador
A fin de año es cuando más trabajo hay, pero los restauradores coinciden en que el tiempo siempre es una limitante que les impide cumplir con sus clientes.
Ramos prefiere aceptar sólo 80 piezas en la época navideña, mientras que Sánchez recibe un máximo de 200 hasta el 10 de diciembre.
Sin importar el tamaño ni el material del Niño, el objetivo de todo restaurador es hacer réplicas exactas de las partes dañadas sin dejar evidencia alguna. He ahí su arte singular.
Pueden ser de cera, de yeso, de maguey, de cerámica o de porcelana. No hay imposibles para estos artesanos. Lo importante es tener las herramientas necesarias y sobre todo mucha paciencia en el proceso, apunta Sánchez.
Cada quien tiene su método de trabajo, pero generalmente restauran las piezas entre tres y cuatro días, según la dificultad del pedido. Ambos restauradores coinciden en que los niños de cera son los más difíciles de reparar, porque se derriten con el contacto de la mano y además demandan precisión en el tallado.
“Tenemos que fijarnos cada detalle del Niño; hacer sus uñas, conseguir el tono exacto de su piel y tallar hasta que tenga un tamaño proporcional”, apunta Ramos, quien ahora trabaja en su taller con una de sus hijas.
Los precios varían -según el deterioro, el tamaño y el material- desde 20 hasta más de 100 bolivianos. Y aunque muchas veces es más barato comprar una pieza nueva, algunos clientes prefieren pagar más por conservar su “reliquia familiar”.
Los restauradores afirman que el mayor valor de los niños es sentimental y por eso la gente recurre a ellos, especialmente si se trata de piezas antiguas; aunque también hay personas que no los recogen sino hasta después de varios meses e incluso años.
Curadores de antaño
“Antes hacíamos más trabajos, porque nos pedían que restauremos hasta las pelucas de los niños y, aunque les costaba más, no escatimaban el precio”, recuerda Ramos.
En su opinión, antes las familias daban mayor importancia a esta fiesta y armaban su pesebre con todas las piezas impecables, cosa que no sucede en la actualidad.
Restauradores de esas generaciones quedan cada vez menos. Sánchez enumera con una sola mano a aquellos que se destacaron por su trabajo en La Paz y luego afirma: “Ya no quedan muchos”.
Sin embargo, un aliciente en esta profesión es saber que el conocimiento y la técnica se transmiten por generaciones, dejando un legado intangible para que esta silenciosa labor permanezca vigente por muchas navidades más.
Sobre los talleres
Roberto Ramos El taller “Illimani”, propiedad de este artesano, funciona hace más de 50 años y se encuentra en la calle Murillo N° 946.
Edwin Sánchez El taller “Cuestión de fe” se encuentra cerca de la avenida La Bandera y también cuentan con otro taller en Mallasilla.
Restauradores aficionados se encuentran en ferias navideñas
En el Campo Ferial de La Paz, ubicado en la avenida del Ejército, cientos de comerciantes instalaron sus puestos para ofrecer todo tipo de productos navideños. Entre ellos se encuentran los llamados “restauradores aficionados”, que ofrecen su servicio a menor precio y con menor calidad, según comentan los expertos.
“Ahora hay varios aficionados que hacen este trabajo, pero sin poner el mismo tono de piel del niño. Ni se preocupan de reforzar la pieza”, dice el artesano Roberto Ramos, quien asegura que este trabajo demanda experiencia y mucho cuidado.
Algunas tiendas ofrecen este servicio, pero sólo con piezas de yeso. El precio varía entre diez y 30 bolivianos y la entrega se hace en cuatro días.
Otros feriantes, en cambio, este año dejaron de hacerlo porque consideran que “es mucho trabajo y la ganancia es mínima”.
“A uno le sale mejor comprar uno nuevo que hacerlo arreglar, porque aquí encuentra niños importados desde cinco hasta 90 bolivianos, los más grandes”, comenta Rosa Colque, una comerciante que antes restauraba piezas.
“Ahora hay varios aficionados que hacen este trabajo, pero sin poner el mismo tono de piel del niño. Ni se preocupan de reforzar la pieza”, dice el artesano Roberto Ramos, quien asegura que este trabajo demanda experiencia y mucho cuidado.
Algunas tiendas ofrecen este servicio, pero sólo con piezas de yeso. El precio varía entre diez y 30 bolivianos y la entrega se hace en cuatro días.
Otros feriantes, en cambio, este año dejaron de hacerlo porque consideran que “es mucho trabajo y la ganancia es mínima”.
“A uno le sale mejor comprar uno nuevo que hacerlo arreglar, porque aquí encuentra niños importados desde cinco hasta 90 bolivianos, los más grandes”, comenta Rosa Colque, una comerciante que antes restauraba piezas.
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