Antiguamente, entre los paísanos de los Vosgos (cadena montañosa al NE. de Francia), así como en otras regiones de la vieja Europa, se contaba una leyenda de que los animales en el establo, la víspera de Navidad, adquirían la facultad de hablar y conversaban entre ellos los problemas cotidianos.
La conversación no dejaba de ser intere-sante, ya que el porvenir para ellos no tenía secretos. Raros eran los humanos que lo-graban escuchar los coloquios de aquellos animales. Los aldeanos más discretos se contentaban con disponerles una abundan-te ración de forraje. Cerraban los establos y dejaban a los animales rumiar y conversar entre ellos.
Cierto día, un aldeano, curioso por demás, decidió ocultarse en un rincón del establo para escuchar sobre qué asunto hablaban los cuadrúpedos.
Fue para su mal. Al poco rato de estar allí oculto, escuchó al viejo buey que decía a otro más joven: “¿Qué haremos mañana?” Y el otro le respondió: “Tendremos que con-ducir a nuestro patrón al cementerio”. Y asegura la leyenda que en efecto, el curio-so aldeano murió aquella noche y fue con-ducido hasta su última morada en una ca-rreta tirada por sus agoreros bueyes.
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