En la festividad del 28 y 29 de septiembre, en honor al arcángel San Miguel, patrono de Uncía (capital de la provincia Rafael Bustillo, en el norte de Potosí), se destaca, desde hace más de un siglo, la alegre agrupación de la Diablada, que despertó en mi infancia los temores propios de la edad.
Al paso de los años crecían mi interés y curiosidad por saber cómo y desde cuando se practicaba esa representación infernal dirigida por el guardián de la Corte Celestial, Miguel.
Una de las más grandes prácticas de mis antepasados, llevada de su permanencia en el pueblo de Aullagas hasta Uncía, fue la de participar en la antigua fiesta de San Miguel, bailando de diablos, con disfraces de telas bordadas con hilos y alambres de plata originarios de allá.
Esta tradición fue transmitida por sus antepasados, y ellos nos lo transmitieron a nosotros, como una herencia que llegó a estos tiempos desde la época precolonial.
Ya desde 1885 se bailaba esta danza en estas localidades, y en 1920 la danza aparece en Uncía, sin embargo, su verdadero origen data de la época de la Colonia, pues durante las fechas santas los sacerdotes organizaban y ejecutaban misas y procesiones en la población de Aullagas, y una de ellas era la del 29 de septiembre, para hacer frente al culto que se rendía a las deidades nativas, que los conquistadores catalogaron como dioses del mal.
Según connotados autores, los invasores arribaron a estas tierras en el período comprendido entre los años 1535 y 1538, e inmediatamente construyeron templos católicos en las poblaciones nativas, catequizando por la fuerza a los naturales. Entonces, muy pronto llegaron a las alturas de lo que hoy es la provincia Chayanta, donde se alzan picos que llegan hasta los 5.200 metros de altura sobre el nivel del mar.
Anoticiados los conquistadores, por la revelación de los nativos, de que en estas formaciones se hallaban abundantes filones o vetas de plata, que se explotaban únicamente para actividades suntuarias, los españoles descubrieron un centro ceremonial o sitio de realización de ritos en honor a deidades naturales. Era la gran Waka Aullagas, enclavada en medio de picos majestuosos, desde donde se contemplan las cadenas montañosas que se introducen hasta las regiones de Macha y Pocoata. Además, este lugar está rodeado por siete lagunas, que proveen el líquido elemento a todas las poblaciones circundantes.
Aullagas fue el centro ceremonial donde los hombres de las culturas prehispánicas rendían culto a sus divinidades que componen la Pachamama. Ahí se entregaban ofrendas y sacrificios a la naturaleza, que se manifestaba a través de la buena cosecha, armonía y la salud de los naturales de esos lugares.
Una vez descubierto este sitio, fue exorcizado por los sacerdotes católicos, y sobre el punto exacto donde se celebraban los ritos nativos se construyó el templo de San Miguel, el arcángel bíblico que, según la idiosincrasia europea, les había guiado para llegar al sitio y consumar la expansión del cristianismo.
Leyenda de San Miguel
Estas formas de mestizaje se fueron constituyendo en realidad social y sociológica regional, ya que en las fiestas católicas, principalmente en la de San Miguel en el pueblo de Aullagas, durante toda la Colonia y la República (hasta 1975) los tinkus se desplegaban mostrando toda su portentosidad en la plaza principal de este pueblo, ubicado en las cercanías de las minas, delante del templo de San Miguel.
El panorama social y religioso tuvo que cambiar a interés del más fuerte, y el contrincante también tenía que ser un fuerte guerrero. Una vez construido este templo (1538-1541) los indígenas, guerreros por naturaleza y de carácter religioso indomable, resistieron a los españoles y al nuevo dios entronizado con el uso de armas e inclusive a costa de sus vidas.
Este hecho de resistencia fue “obra del Diablo” para los invasores, entonces tuvieron que recurrir a peculiares estrategias basadas en la creación de cuentos y leyendas, que fueron muy convincentes.
Estas narraciones señalan que en tiempo de los españoles el arcángel San Miguel, en traza de sacerdote cristiano, bajó a Aullagas haciéndose humano para erradicar los males arraigados en su población, donde en plenitud se solazaban los Siete Pecados Capitales y que, después de dos días de lucha con Lucifer, el Rey de los Males finalmente fue vencido un 29 de septiembre.
El Diablo, despavorido, se introdujo en uno de los socavones de la mina de Aullagas, por donde llegó hasta el Palacio Infernal para rumiar su infortunio y planear su retorno a la Tierra: El Arcángel hecho humano, antes de desaparecer, dejó en el templo su imagen en señal de promesa de declararse su protector.
Este relato, contenido en el libro Leyenda e Historia de la Diablada, señala que en algunas noches se iluminaba el interior del tempo de Aullagas y de allí salían rezos ceremoniales, pero cuando un transeúnte cristiano, llevado por el temor y la fe hacia la señal de la cruz, llegaba, se producía una gran explosión para quedar inmediatamente en completa oscuridad y en silencio.
Una vez, un sacerdote viajero pasó cerca del templo y vio a fieles postrados de rodillas, por lo que se apresuró a recoger sus implementos para realizar una misa cristiana.
Cuando ingresó y vio que no había ningún sacerdote en el interior, hizo la señal de la cruz e inmediatamente se escuchó un gran estruendo, que dio paso a una grieta que se abrió en el centro del piso del templo para que las personas que estaban hincadas entren al Infierno.
Fue a ese escenario, a donde llegó San Miguel en porte de sacerdote a Aullagas, pueblo que ya estaba habitado totalmente por españoles procedentes de las guerras de cruzadas, tabernas de Sevilla, mestizos de sangre árabe, mora y española.
Con el paso del tiempo, la leyenda del Arcángel se fue expandiendo por toda la provincia de Chayanta y, entorno de las fechas católicas, los indígenas y mestizos empezaron a rendir pleitesía tanto a San Miguel como al Tanga-Tanga, nuevo nombre de Lucifer, que se encontraban en el templo y las minas que ellos mismos habían construido y perforado en el tronco de la Waka Aullagas. Ahí nace el ritual de adoración al Arcángel que representa al verdadero Dios de la biblia y al Tío que habitaba el subsuelo.
El Tinku - Diablo
Mientras en el período colonial las principales ciudades bolivianas, arraigadas en la práctica del catolicismo, llevaban su vida a la venia de Dios; en las poblaciones aledañas a Aullagas, (la región se denomina hoy provincia Chayanta) en su proceso de conformación urbana y social dejaron para nuestro tiempo el análisis sobre la forma en que en pleno período inquisitorial se fueron practicando y fomentando los tinkus, aquella práctica ancestral de pelea amistosa, o de igualación, entre ayllus, como adoración y ritualidad hacia la Pachamama.
La práctica del Tinku en las minas de Aullagas, dió como fruto un producto simbiótico, el rito de la Diablada, donde la alianza de Supay y San Miguel se efectivizó para los originarios del ayllu y los mestizos.
Tal como los europeos se asimilaron a la región, también los nativos y mestizos se asimilaron a los productos bíblicos, en este caso aceptaron al “Demonio” y al “Arcangel Miguel” (en su condición de soldados o guerreros para la pelea o Tinku, hacia la igualación o equilibrio) que los mismos españoles habían traido, como una alianza para poder salir de la pobreza humana y económica en que los poderosos los mantenían.
Por tanto se inicia la adoración al Tío de las minas junto a la práctica de representar al diablo ante San Miguel, para lo que disfrazados emplean atuendos bíblicos basados en el “Macho Cabrio”, con cuernos extraidos de los mismos animales. Mientras unos representan a Lucifer, otros personifican al Arcángel Miguel (con vestidos de soldados romanos), con la fe puesta en que así serán oidos por la parte buena de la Divinidad Cristiana.
Entonces con el paso del tiempo, los rituales fueron convirtiéndose en bailes o danzas practicadas en fechas del calendario gregoriano, ya que el Catolicismo continuaba con sus afanes de hacer desaparecer todo lo que recordaba a los dioses indios.
De ahí que la fiesta más grande y más esperada por la región de Chayanta fue la de San Miguel, donde diablos y angeles mineros desplegaban junto a los Tinkus sus deseos de emancipación; fenómeno pagano-religioso de transmisión generacional de sufrimiento y esclavitud que se produjo en esta tierra, ante la pasiva mirada de la Santa Inquisición. Pues, los tinku - diablos habían nacido.
*Extractado del libro “Diablada americana”, de Freddy Arancibia.
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