domingo, 15 de mayo de 2011

Cholita paceña, feminidad de la cabeza a los pies

Aunque el origen del sombrero, las polleras, las trenzas y el resto del atuendo no es boliviano, sino español (por imposición real), nadie podría decir a las cholas paceñas que sus ropas no son suyas.

Tradicionales, ciertamente, pero, como las prendas modernas u occidentales, dueñas de tendencias que cambian cada año. Y, ¿cómo se viste exactamente una chola paceña? “Para distinguirse, tiene que ir de primera”, dice el señor Kelly mirando a su esposa, Victoria Quisbert (62), una de esas mujeres que lucen elegante vestimenta paceña.

Con el permiso de ambos, nos hemos permitido incluso levantarle la pollera para ver qué es lo que lleva debajo una cholita. Pero vayamos por partes.

El sombrero.

No importa cuántas veces se lo vea. Sigue siendo sorprendente observar a una cholita correr o entrar a un mini, con la cabeza inclinada, mientras el sombrero continúa en su sitio. Podría pensarse que lo lleva enganchado de alguna forma a la cabeza, pero Victoria muestra que no al quitárselo ante nuestros ojos.

El auténtico es de tipo borsalino, pero cada vez se ve menos porque su elevado valor lo ha convertido en objetivo de ladrones. “Ya me han robado tres”, lamenta Victoria. Incluso, uno de ellos desapareció de su casa durante la visita de unos familiares. 

Ella no ha renunciado a llevar este importante complemento de su atuendo, pero suele usarlos de otros materiales más económicos. “Cuántas  veces he llegado sin aretes, sin sombrero…” . Puede ser de color café, plomo y perla o avellana.
Bajo el tocado, el pelo va recogido en dos simbas que terminan adornadas con sendas tullmas oscuras a juego con el pelo que se trenza con sus lianas.

Las joyas.

Como afirma el marido de Victoria, se puede saber a simple vista que una chola es paceña. Lleva adornos por todas partes: en el sombrero luce la rama; para sujetarse la manta, coloca un topo (broche) a la altura del pecho; además, porta aretes y anillos (hasta cuatro suele usar, asegura Victoria). Ni los dientes están libres de ornamentos: hace 25 años que empezó a adornar su sonrisa con oro. Primero, las coronas y, luego, piezas completas.

Las joyas no son las mismas cada día: se reservan las de mayor calidad para ocasiones especiales, ya que los ladrones también buscan los adornos que lucen las cholitas. “En la puerta del local (donde trabajan) ya están esperando. A mí me han atracado, casi me matan”. Por ello, Victoria normalmente lleva joyas bañadas en oro o hechas de plata y luce las mejores para eventos importantes como fiestas, de las que va y viene en taxi para evitar que le roben. Eso sí, no renuncia a lucir, cuando puede, sus joyas, porque muestran el estatus social en el que se encuentra una chola: mayor jerarquía dentro del grupo social a más cantidad de joyas, explica, ya que “denotan poder económico”.

Las prendas.

Como los complementos, la ropa es también característica. Victoria lleva puesta una blusa de gasa con furrús y una pollera con guipur (un tipo de encaje) de color amarillo, todo a la última moda. Y bajo la blusa, ¿qué se pone? “Suelo llevar una polera”, revela.

El conjunto que viste cuando nos recibe es para ocasiones especiales, el que estrenó el 6 de marzo, día de su cumpleaños. “Yo me compro tela y me hago coser. Tengo mi costurera”. Para una pollera se necesitan unos seis metros de tela, que suele ser importada de Brasil o China. “Las telas bolivianas no son de buena calidad”, la apoyan las hijas. Y lo bueno, cuesta. Por eso mismo, estas últimas sólo visten de chola para bailar morenada en el Gran Poder, que exige buena inversión. “No se puede comparar la chola paceña con la del campo, de provincia… Es muy distinto” —dice el marido—. No llevan la calidad que la chola paceña. Ahí se distingue la chola”.

Y, bajo la pollera, para darle ese volumen tan llamativo, Victoria lleva cuatro centros o enaguas, que deja ver cuando mueve la cadera al bailar morenada. “He bailado hartos años, en todas las comparsas”, asegura. Toda la familia ha participado en el desfile del Gran Poder al ritmo de morenada, pero ella ya no baila porque se cayó y se lastimó una pierna.

Sobre la blusa, para abrigarse, lleva otro de los elementos típicos: una manta que, en su caso, es doble y de vicuña, color café. Se la coloca a la espalda y, para sujetarla, une los dos extremos sobre su pecho con el topo. Esta pieza varía su tamaño según la ocasión: cuanto más importante es la fiesta o el acto, mayor es el broche.

Ella misma ha sido hiladora de lana de vicuña para mantas y, desde hace 15 años, comercializa esta prenda, cuyo valor, según el material que se use, oscila entre los 12.000 y los 15.000 bolivianos. También vendió mantas en el mercado de Sopocachi desde los 12 años, pero dejó la venta directa al casarse. Incluso exportó estas prendas durante algunos años. “Ahora tengo mis caseras”, explica Victoria. Ellas le hacen los pedidos y luego venden las mantas en los mercados.
Cuidadosamente dobladas, guarda en su ropero diferentes mantas, de varios colores según el tipo de vicuña del que se haya obtenido la lana e, incluso, algunas de seda. Además, para el invierno posee una sobremanta de fina vicuña, de mayor longitud y que resulta fácil de robar, por lo que no suele usarla a diario.

En los pies lleva medias de nylon y zapatos planos. “Le gusta combinar bien la ropa”, la elogian sus familiares. Para ello, Victoria tiene un armario lleno de prendas y complementos: hay 10 sombreros y el mismo número de pares de zapatos a tono, siempre planos, pues es la chola antigua la que calzaba la bota de media caña que se usó hasta mediados del siglo pasado. “Las cholas nos distinguimos en cualquier acontecimiento: qué ropa lleva, qué joyas… Eso también es de las cholas”, dice con su singular sintaxis.
En el ropero, también dobladas, Victoria tiene hasta 15 polleras. Al preguntarle cuánto tiempo puede durarle cada una, responde: “Cada año cambio la ropa”. Y lo que marca ese ciclo es la festividad del Gran Poder, donde salen los nuevos trajes y las tendencias de colores, tejidos, adornos que una chola elegante debe tomar en cuenta los siguientes 364 días del año.
Para adquirir telas, prendas y complementos, Victoria Kelly suele ir a las tiendas de la calle Comercio y de la avenida Baptista, algunas de las cuales participan en el desfile de moda que organiza anualmente la Alcaldía de La Paz.

Tanta distinción tiene un precio. Sumando pieza a pieza lo que Victoria lleva puesto durante la entrevista, es como si estuviese cubierta de 125 billetes con la cara de Franz Tamayo (25.000  bolivianos).

De imposición a tradición

A finales del siglo XVIII hubo una revuelta indígena que la Corona española castigó con la imposición de un traje con el que pretendía borrar la identidad indígena. Así que falda (pollera), mantilla (manta) y otros elementos de la mujer española de la época cubrieron los cuerpos de las nativas. Pero, en un giro impensado, la población se apropiaría de esta forma de vestir, hasta tal punto que hoy pocos asocian esas ropas con la de los conquistadores. Al contrario, se habla de “traje típico” paceño.

David Mendoza Salazar, en el libro La Chola: Símbolo de identidad paceña, cuenta que el sombrero, por ejemplo, es una adaptación del europeo, que se usaba para protegerse del fuerte sol altiplánico. Hasta los últimos años del siglo XIX, los había de copa alta y baja, de ala ancha y corta. Eran de cuatro colores, como ahora, y estaban hechos de fieltro u ovejón.

En la década de los años 20 llegaron los sombreros tipo bombín, italianos, de la casa Borsalino. Dirigidos a los caballeros, un error hizo que los trajeran cafés y no negros, como se usaban en aquel momento. Para evitar las pérdidas, la importadora presentó la mercadería como la última moda en tocados para señora y así se hizo femenino, y tan característico.

La pollera era una falda plisada que ha sido modificada por la paceña con los años. Ha ganado en pliegues y en volumen, adquiriendo ese aspecto abombado.

La manta es una adaptación del mantón de Manila —complemento de los trajes tradicionales femeninos de algunas regiones de España— que se confecciona con gasa, seda o lino. Artesanos del Alto Perú introdujeron el tejido de vicuña para elaborar la prenda. Por si más mestizaje fuese necesario, el topo que se usa para sujetarla es prehispánico.

Texto: GEMMA CANDELA
Foto: NICOLÁS QUINTEROS y
DAVID GUZMÁN

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